Oí su voz, pero no lo quería creer, volvía a la furgoneta
para seguir con mi trabajo y su voz me paralizo.
“Feliz Navidad, ¿aún sigues enfadado? Pues no lo
entiendo, soy yo la que tenía que estar enfada.”
Me la quede mirando a los ojos, mientras endurecía mi
mirada solo para que no viera como sus palabras iban haciendo jirones los
harapos de lo que un día fue mi alma.
¿Cómo se atreve si quiera a hablarme después de todo lo
que me hizo? ¿Tan cruel es? ¿O de verdad no es consciente del daño que me
causo, de lo que significo para mí?
Seguía con mis ojos impertérritos clavados en los suyos
sin que pueda articular palabra más que nada para que no se dé cuenta de que
cada palabra que me ha dicho, cada silaba abre una nueva herida a un corazón
que sangra ya por demasiadas llagas. Sin saber cómo ni de donde saco las
fuerzas, pues yo pensé que no me quedaban, consigo que por mi garganta se
escape una respuesta sin que el tono me delate aunque siento que me voy
derrumbar de un momento a otro, pero no pasa, aguanto.
“Normal que no lo entiendas, para eso hay que tener
sentimientos”
Me doy la vuelta y me marcho mientras su respuesta me
llega muy lejana pese a que sigue a mi lado, “que te follen hijo de puta” y
siento que quizá esta batalla sí la he ganado yo. Pero eso ya no importa nada.
Cuando por fin me alejo de ella veo que en el túnel que
es mi vida la luz se va extinguiendo y las sombras envuelven mi corazón, mi
vida y mi alma. Son viejas conocidas pero creí que ya no volverían.
Y así, de repente, todos son sombras, todo es dolor.
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Balazos