miércoles, 15 de noviembre de 2017

La habitación de siempre

Cuándo alguien visualiza en su menté un descenso al infierno suele imaginar un lugar lóbrego, terrible, con olor a azufré y con el fuego rodeando el camino. Incluso aunque se trate de un infierno propio, interno. Sin embargo yo voy caminando por un vestíbulo ricamente decorado en dirección a la recepción. Avanzo seguro, con el paso tranquilo de quién pisa lugares  que ya conoce. Vestido con un elegante traje, corbata impecablemente anudada y con mi maleta en la mano llego al mostrador y el sonriente recepcionista me llama por mi nombre nada más verme, "encantado de tenerle entre nosotros otra vez, ¿la misma habitación de siempre?" "Por favor"  contesto yo mientras muevo la cabeza de manera afirmativa con una mueca apenas perceptible. "¿Cuanto tiempo va a quedarse?" "Aún no lo se" respondo Quédese el tiempo que quiera, siempre es un placer. Trae una maleta más grande que la última vez, ¿necesita ayuda?" Respondo de manera negativa y me encamino a la misma habitación que ya he ocupado varias veces antes.


Mientras bajo hacia dicha habitación, al fin y al cabo es un descenso al infierno y nadie esta libre de ciertos tópicos, me doy cuenta de que el recepcionista tiene razón la maleta es mas grande y más pesada. Aún así consigo llevarla hasta la puerta del cuarto en el que voy a pasar mucho tiempo, me temo.


La habitación es pequeña, sombría y en ella apenas hay una mesa con una silla y una cama. Encima de la mesa hay solo un vaso y una botella de whisky, dejo la chaqueta encima del respaldo de la silla, me aflojo la corbata y me sirvo una copa más bien generosa. No paladeo el licor, obviando así su sabor, como si sólo me importara su contenido etílico. Me giro y compruebo que la puerta ya no existe y en su lugar solo hay pared, nadie dijo que visitar su propio infierno fuera fácil. Apuro el trago y me acuesto en la cama. Cierro los ojos sin darme cuenta de un detalle, he dejado la maleta abierta...


El suelo esta frío cuándo abro los ojos, ya no estoy en la habitación sino en algo similar a una mazmorra medieval de paredes y suelo de húmeda piedra. Me levanto torpemente y descubro que mi elegante traje esta hecho jirones y que mi aspecto es el de alguien que lleva muchos años allí. La puerta se abre lentamente, aquí sí que hay una, y por ella entran los demonios, los viejos demonios de siempre y algunos nuevos, ahora entiendo el mayor tamaño de la maleta, pero igualmente terribles. Son enormes, impresionantes y tremendamente fuertes. Cuando entran todos se cierra la puerta y se quedan en torno a mi arrinconándome a una esquina de la celda. Avanzan dentro y cuando ya no puedo retroceder más me alcanzan y empiezan a golpearme...


Son muchos y pegan muy duro, todos. Cuándo acaban apenas puedo respirar, con un esfuerzo titánico consigo incorporarme hasta apoyar una rodilla en el suelo, escupo sangre y compruebo que todo el cuerpo me duele inmisericordemente, miro a mi alrededor y ellos están ahí, no se van, solo me dejan tiempo para pensar, para que sea consciente de lo que me espera.

Escupo sangre de nuevo y me doy cuenta de que solo hay una cosa que pueda hacer, con la mueca resignada de los veteranos que saben lo que esta en juego empiezo a levantarme con gran esfuerzo. Los demonios me miran impasibles, imperturbables así que hago lo único posible, doy medio paso atrás, cierro los puños con fuerza y levanto los brazos intentando componer una guardia al menos decente. Endurezco la mirada y con una sonrisa torcida y apenas perceptible les digo...


¿Esto es todo lo que sabéis hacer?






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